Por mí Misma paperback
Por mí Misma paperback
No puedes escaparte de quién eres en realidad.
¿Está loca, Justine?
Todos parecen pensarlo...
Su madre. Los chicos en la escuela, y los maestros y administradores también. Incluso la policía, que la recoge de sus paseos nocturnos. Quizás ellos más que nadie.
Su terapeuta alega que tiene 'problemas', pero todo es lo mismo. Él piensa que sus vívidas y recurrentes pesadillas, y su comportamiento atroz de algún modo apuntan a algún trauma de su pasado; pero Emma, su madre, no puede explicarlo.
Justine solía contar con Christian, su mejor amigo y compañero de skate. Él era el único que la aceptaba tal cual era. Quizás porque en esos momentos, sobre su skate, Justine se sentía libre para ser ella misma. Pero ahora Christian se ha ido...Justine parece pensar que las cosas no podrían ponerse peor.
Aún cuando su vida gira más y más fuera de control, Justine no puede renunciar a sí misma -alguien completamente diferente a la amorosa hija que Emma espera que sea- a encajar y ser feliz. Está segura de que Emma tiene la llave de su identidad. Pero si es así, no está hablando.
—Este libro es una maravillosa historia repleta de giros y vueltas...te mantendrá pasando las páginas hasta altas horas de la madrugada. Un final impactante. Una historia genial.
—A medida que PD Workman te sumerge dentro de la cabeza de Justine, comienzas a pensar ué es lo que hace que ella actúe de la manera en que lo hace. Buena suerte al tratar de dejar el libro hasta encontrar la razón...
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CAPITÚLO 1
SE DESPERTÓ CON LA luz tenue del amanecer. A su alrededor todo estaba en silencio. Se escuchaban sonidos distantes; un programa de televisión, voces elevadas, los ruidos del tráfico. Pero en su pequeño cascarón, no había nada. Ningún movimiento, ni siquiera la respiración; solo silencio.
Se quitó la sábana, haciendo una bola con ella cerca de su pecho y presionándola contra su rostro para sentir confort. Si bien no había nadie allí, sentía una presencia. Tenía miedo. Una oscura sensación de pavor se acumulaba en su estómago y le dificultaba respirar, forzándola a tomar inhalaciones rápidas y poco profundas. Intentó mantener el silencio. Quizás para dejar que la aparición no se diera cuenta de que ella estaba allí. Si alguien se enteraba de su presencia, algo horrible podría sucederle. No podía identificar en su mente lo que era aquello, pero la intensa ansiedad y la anticipación hacían que su corazón latiera con fuerza y velocidad. Se acurrucó con la sábana en su rostro durante unos minutos más. Luego, finalmente la hizo a un lado y comenzó a moverse. Reptó por el suelo, con sus sentidos en alerta. La luz del apartamento era tenue. Un olor a rancio parecía deslizarse dentro de su cabeza, pero no había nada que pudiera hacer con ello.
El hambre crecía dentro de ella. Sollozó debido a la urgencia y al dolor que le producía. No había nada para comer. Ruidos de pasos sonaban en el pasillo; se quedó quieta y esperó. No se detuvieron en la puerta. No entraron. Continuó su viaje, arrastrándose lentamente a través del suelo. Le tomó siglos llegar hacia el otro extremo. Se sentía débil y debía detenerse a descansar con frecuencia. Ante cada ruido, cada arañazo de un zapato o grieta del edificio, se detenía y escuchaba con atención, esperando el final. Esperando el dolor. Temiendo lo peor.
Usó una taza para sumergirla en agua. Estaba fría, insulsa y sabía mal, pero eso ya no importaba. Refrescó sus labios resecos. Calmó el dolor de su garganta. Llenó su estómago vacío y duro. Jadeó para respirar entre cada trago, quedándose sin aliento ante la urgencia de llenar su estómago, incluso a sabiendas de que el agua no la mantendría satisfecha durante mucho tiempo. Luego se recostó y se acurrucó; sus ojos se sentían pesados.
Un fuerte golpeteo en la puerta despertó a Justine, de repente. Se sentó, como sorprendida. Miró hacia la puerta de su habitación por un minuto, desorientada, intentando dilucidar en dónde se encontraba y de separar el sueño de la realidad. Nuevamente un golpe, y la voz exasperada de su madre.
-“¡Justine! ¡Despierta! ¡Es hora de ir a la escuela!”
-“Ya estoy levantada,” gritó Justine, su desorientación y el terror de su sueño interrumpido exacerbaban su enojo. “¡Déjame en paz!”
-“Será mejor que estés bañada y vestida en diez minutos”.
-“No lo creo”, murmuró Justine controlando su respiración. Emma siempre trataba de apurarla.
Se recostó allí, en su cama suave y cálida durante unos minutos más, cerrando los ojos e intentando recordar los detalles de su sueño. Había tenido este sueño, u otros similares, con regularidad. Odiaba irse a dormir por las noches, sabiendo que existía la posibilidad de soñar. Ella soñaría una y otra vez, durante toda la noche. Cuando se despertaba por la mañana, aún estaría allí, al borde de su conciencia. Justine se sentiría cansada y se arrastraría a la escuela por la mañana, luchando por centrarse en las tareas mundanas que los profesores tendrían para ella. Cosas inútiles y sin sentido. Entonces, ¿por qué intentaba recordar los detalles? ¿Por qué intentaba sentir aquello que sentía al soñar? Si era una pesadilla que evitaba cuando se iba a la cama por las noches, ¿por qué buscarla ahora? No tenía sentido. Pero era una parte de su ser. Parte de quién era y no lo entendía. Quería comprenderse a sí misma, entender de dónde provenían todos esos sentimientos y esos sueños.
Estaba como dormitando, volviendo a caer y comenzando a acercarse a los confines del sueño. Imágenes inconexas atravesaban su mente, justo fuera de su alcance, más allá de su habilidad de comprenderlas y de conectarlas.
-“¡Justine!”, chilló Emma, y nuevamente comenzaron los golpes en la puerta.
-“¡Te dije que estoy levantada!”, gritó Justine a través de la puerta. Tiró la sábana y la dejó hecha un ovillo desordenado encima de la cama. “¡Ya me levanté de la cama, así que puedes dejar de acosarme!”
-“Llegarás tarde a la escuela. ¡Y harás que llegue tarde al trabajo!”
-“¡No me importa!”, chasqueó Justine.
-“¡Justine!”. La voz de su madre estaba cargada de frustración y de una furia que apenas podía controlar. “¡Saca tu trasero de allí, ahora!”
Justine sonrió con satisfacción ante la ira de su madre. Era lo que Emma merecía por su tiranía. Justine pateó la ropa apilada alrededor de la cama. Algo para la escuela. Eligió un par de vaqueros anchos gastados. Se encontraban razonablemente limpios. La administración la perseguiría por esos agujeros en las rodillas, pero no le importaba. Se quitó la sudadera andrajosa y la camiseta que había utilizado para dormir. Se cambió y buscó una camisa. Era suficiente con una blusa arrugada, de mangas largas. Tenía una mancha de salsa de tomate en el frente, pero la limpiaría con un trapo húmedo. Justine la dejó fuera de sus pantalones y tomó su gorro favorito de las clavijas en la parte posterior de la puerta. Tejido a crochet, con una visera que le daba sombra a su rostro y la hacía lucir como un villano salido de un libro de misterio de Sherlock Holmes. Lo puso sobre su cabeza y salió de la habitación.
Emma salió de la cocina y la observó al escucharla bajar por las escaleras.
-“Justine”, su voz estaba repleta de desaprobación. “No puedes ir a la escuela luciendo así”.
-“¿Qué hay de malo con ello?”, la desafió Justine. “Quitaré la mancha. A nadie le importa cómo luzco”.
-“Debería importarte cómo luces. Es solo… luces como si hubieras dormido con ello durante una semana. La gente pensará que no te cuido de la manera apropiada”.
-“Bueno, no puedes”, indicó Justine.
-“No te duchaste”.
-“No. Se me hizo tarde y no tuve tiempo”.
-“¿Cuándo fue la última vez que tomaste una ducha?”, insistió Emma.
-“No lo sé. Hace un par de días”, dijo Justine encogiéndose de hombros.
-“Los chicos en la escuela comenzarán a quejarse de que apestas. Tendrás una mala reputación. No querrás que todos piensen que hueles mal. Nadie querrá estar contigo”.
-“Eso está bien por mi”, afirmó Justine rotundamente. No necesitaba a nadie más. Sencillamente podían mantener su distancia.
Ella pasó junto a su madre y abrió el refrigerador, buscando algo para comer antes de salir para la escuela.
-“Siéntate y toma un buen desayuno”, dijo Emma firmemente. “¿No quieres un poco de cereal? ¿Huevos? ¿Tostadas?”
Justine se asomó del refrigerador con una porción de pizza y una botella de jugo.
-“No tengo tiempo para sentarme”, expresó, “y mejor que te vayas a trabajar”, le dijo mirando el reloj, “o llegarás tarde”.
Emma miró el reloj, bien consciente de lo tarde que era, y volvió a mirar a su hija.
-“¿Irás directo para la escuela?”, verificó.
-“Sí”, le contestó Justine mientras tomaba el jugo directo de la botella. Emma odiaba eso. Justine la observó estremecerse. “Me voy ahora mismo”.
-“No quiero recibir una llamada de que llegaste tarde o de que estás ausente. Peina tu cabello antes de irte”, indicó Emma, acercándose a la puerta. Tomó su maletín de la mesa.
Justine rodó su cuello, ignorando las instrucciones, y le dio un buen mordisco a la pizza.
-“Te amo”, le dijo Emma, y atravesó la puerta.
Al menos no había intentado besarla esta vez. Justine se recostó contra el mostrador, comiendo su pizza. No sentía apuro por salir hacia la escuela. Miró como Emma sacaba su automóvil por la calzada e iba en camino. Comió su pizza y tomó el jugo lentamente. Apoyó el contenedor medio vacío en la mesa y lo dejó allí.
Fue al baño y se miró al espejo. Se alegraba de no parecerse a su madre. El cabello de Emma era rubio oscuro, era impertinente y bonita; un pequeño paquete prolijo. A ella le gustaba lucir bien. Detestaba la aparición creciente de las arrugas y las líneas del ceño en su rostro, y le echaba la culpa de ello a Justine. Nunca había tenido una arruga antes de Justine. O canas en su cabello. Ahora lucía cansada y, a veces, ni siquiera podía reunir la energía para discutir con Justine.
Por el otro lado, Justine tenía largas masas gruesas de cabello marrón oscuro. Sus ojos eran azules, pero de un azul profundo y chispeante. No del azul pálido y acuoso de los ojos de Emma. Sus manos y sus pies eran grandes, casi masculinos, y sus largas piernas superaban la altura de Emma por algunas pulgadas. Justine suponía que había obtenido las características físicas de su padre, quienquiera que éste fuera. O quizás había otra madre en algún lugar, una que lucía como ella. Una que Emma le mantenía oculta.
Justine había peinado su cabello en una trenza para dormir; era la única manera de mantener su abundante cabellera en su sitio durante el transcurso del día. Pero ella no había reparado al trenzar su cabello y ahora algunos mechones se escapaban de la trenza y colgaban de manera desordenada como ondas alrededor de su rostro.
Justine quitó el elástico del extremo de la trenza y comenzó a trabajar su cabellera suelta, desenredando la trenza y pasando sus dedos a través del cabello para acomodarlo alrededor de su rostro y por su espalda. Bien. No se preocupó por peinarlo, como Emma le había sugerido. Lavó la mancha de salsa de su blusa y sacó casi la mayor parte de ella, dejando sólo un pequeño rastro anaranjado. Se echó agua sobre el rostro, se puso desodorante y salió de la casa.
Tomó su larga tabla del frente de la puerta. Después de descender los escalones, apoyó el skate y se subió a él, transformándose. El viento dejaba fluir su cabello hacia atrás, y ella veía como todos esos sentimientos negativos caían lejos de ella. Era libre. Ya no era más Justine, la hija de Emma. Ya ni siquiera se sentía atada a la tierra. Era como si el viento impetuoso la llenara como a un globo, elevándola, dejándola volar sobre el cielo por encima de la ciudad. Exhaló suavemente, saboreando esos breves momentos de libertad.
El viaje a la escuela no duró lo suficiente. Justine deseó tener algunas horas más simplemente para montar su tabla, dejando que el viento la llenara y dándole a sus músculos el tiempo necesario para relajar y aflojarse. Su tabla siempre se sentía como un escape. El skate era una de las únicas cosas que realmente disfrutaba. Continuó montando hasta pasar de la acera de la ciudad a la de la escuela. El Sr. Berkoff, el portero de la escuela, se encontraba juntando metódicamente los residuos del suelo y le gritó: “¡Bájate de esa tabla! Deberías saber que las tablas no están permitidas en el territorio escolar”.
-“No le estoy haciendo daño a nadie”, gruñó Justine. Pero se bajó de su tabla de todos modos y la volteó tomándola entre sus manos. “No entiendo por qué no están permitidas”.
-“Podrías tirar a alguien”, le dijo el Sr. Berkoff, comenzando a contar los puntos fuera con sus dedos. “Podrías dañar la propiedad escolar. Es una molestia para aquellos estudiantes que ya se encuentran en clase… a diferencia de ti, que no pareces recordar a qué hora suena la campana”.
-“Quizás no tengo clases durante el primer período”, le respondió Justine con una sonrisa. “Quizás tengo una hora libre”.
-“No tienes una hora libre”, afirmó Berkoff.
No era como si él se encontrara en la administración. Ni siquiera sabía cuál era su programa de clases. Sólo estaba suponiendo. Intentando lucir inteligente cuando en realidad no lo era. Todo lo que sabía era recoger residuos. Justine le ofreció una sonrisa burlona de superioridad y entró a la escuela. Una vez dentro, consideró bajar su skate y montarlo hasta su casillero. Pero si la atrapaban, y las opciones de que lo hicieran eran muchas, las consecuencias serían severas. Ella no sentía ganas de quedarse después de clases en detención. No deseaba pasar allí más tiempo del necesario.
Cuando Justine llegó a su casillero, guardó su tabla, y tomó los diversos libros que necesitaría para sus clases matutinas. Sacó su teléfono para verificar la hora. No era tan tarde, sólo habían pasado diez minutos desde la campana del primer período. Todavía podría realizar la mayor parte de la clase.
“Señorita Bywater”, expresó una voz con desaprobación, “llega tarde”.
Justine se dio vuelta para encontrarse con el subdirector. El Sr. Johnson era alto y delgado como un espantapájaros. Lucía ligeramente desaliñado, como si él también hubiera llegado tarde y hubiera tenido que correr para llegar a tiempo a su oficina. Su cabello fino y sus lentes con borde de alambre lo hacían lucir más viejo de lo que probablemente era. Pasó una mano sobre su frente para limpiarse el sudor. Justine le ofreció una sonrisa tímida.
-“Lo siento Sr. Johnson”, se disculpó utilizando un tono de voz que esperó sonara sincero. “Creo que me quedé dormida después de que sonó la alarma por haberme quedado limpiando la noche anterior, y mi madre no se encontraba en casa para despertarme. Llegué lo más rápido que pude”.
-“No quiero escuchar sus excusas”, afirmó el Sr. Johnson remilgado, suavizando su chaqueta con ambas manos. “No es la primera vez que llega tarde. Ya es una niña grande, casi un adulto. No debería ser responsabilidad de otra persona tener que despertarla. Puede asumir la responsabilidad de levantarse a tiempo usted misma”.
-“Lo sé. Y usualmente lo hago”, expresó Justine encarecidamente. “Fue sólo esta vez. Mi alarma estaba configurada, pero me sentía muy cansada…”
-“Entonces, vaya a la cama más temprano”, le dijo, sacudiendo su cabeza y mirando por encima del borde de sus gafas.
Justine dejó de sonreír. Parpadeó rápidamente y giró sus ojos hacia arriba como si estuviera evitando las lágrimas.
-“Tuve que trabajar…pero… sí, Sr. Johnson”.
-“Eres una chica inteligente”, le dijo el Sr. Johnson, con un tono algo más conciliatorio. “No quiero verte caer por la pendiente y abandonar. Tienes una promesa que cumplir. Pero debes estar aquí, y estar a tiempo. Cuando seas adulta, se esperará que llegues a tiempo a trabajar”.
-“Sí, señor”, acordó Justine.
Miró sus manos, parecía perdido acerca de qué decir a continuación.
-“Por favor trabaja en ello”, le dijo finalmente.
-“Está bien, lo haré”.
El Sr. Johnson asintió brevemente, y se retiró. Justine lo observó irse, retrocediendo hacia el pasillo y dando la vuelta alrededor de la esquina.
-“Viejo tonto”, susurró Justine.
Cerró la puerta del casillero y le colocó su candado. Mirando nuevamente su teléfono, se dirigió a su clase del primer período. Ahora, más tarde que nunca. ¿El Sr. Johnson había querido que llegue a tiempo pero se había quedado hablando con ella cuando debería haber corrido a clases? ¿Qué sentido tenía eso? Justine se deslizó dentro del salón de clases y miró a su alrededor. El profesor se encontraba de espaldas mientras escribía en el pizarrón, y Justine caminó hacia su banco en puntas de pie. Cuando el profesor giró para continuar con su lección, sus ojos se posaron sobre ella y la estudió con el ceño fruncido.
-“Tarde, Srta. Bywater”.
-“Sí, señor”, reiteró Justine, con la cabeza gacha. “Ya hablé de ello con el Sr. Johnson”.
Se mantuvo en silencio durante un momento y luego continuó con su lección. Justine dejó escapar un suspiro y abrió sus libros.
La hora del almuerzo pareció tardar horas en llegar, pero finalmente sonó la campana y las multitudes de estudiantes se atiborraban en el pasillo, hablando y reuniéndose; se dirigían rápidamente a sus casilleros y luego a comer afuera o a la cafetería. Justine tiró sus libros dentro del casillero y tomó su skate. Se paró en la línea en la cafetería, mientras jugueteaba con su tabla. Tenía hambre y estaba impaciente por conseguir comida. Había un par de chicas a las cuales conocía paradas detrás de ella, y Justine podía escucharlas discutir qué comer. Ambas querían burritos, pero no tenían el dinero suficiente como para comprarlos. Se dio vuelta y las miró.
-“Les compraré los burritos”, se ofreció. “¿Los quieren?”
Macy y Darlene se miraron entre sí, y luego a ella.
-“¿Qué?”, preguntó Darlene. “¿Nos estás hablando a nosotras?”
-“Sí. ¿Quieren los burritos? Los compraré por ustedes”.
Justine no podía soportar que alguien sintiera hambre.
-“No necesitamos que nos compres nada”, le aseguró Macy.
Justine se encogió de hombros y continuó. Colocó tres burritos en su bandeja, y una leche chocolatada. Si las chicas veían sus opciones, no tendrían nada que decir. En la caja, pagó por la comida. Macy y Darlene salieron detrás de ella. Justine se dio vuelta y le entregó un burrito a cada una, colocándolo en sus respectivas bandejas.
-“¿De dónde sacaste todo ese dinero?”, la desafió Darlene, señalando la ropa gastada y de tienda económica de Justine.
-“Lo gané”, mintió Justine, “en una apuesta”.
Darlene giró sus ojos y sacudió su cabeza.
-“No es cierto”.
Justine se encogió de hombros.
-“Entonces, los querían, ¿no? Y los compré para ustedes”.
Darlene asintió.
-“Aún así no te sentarás con nosotras”, contestó Macy con desprecio.
Justine sintió como su rostro se convertía en una máscara. Les había comprado el almuerzo, para que no tuvieran hambre, y ¿aún así actuarían como si ella tuviera la peste? ¿Podían comer su comida, pero no podían sentarse en la misma mesa que ella?
-“De cualquier modo no como aquí”, respondió Justine críticamente. “¿Por qué querría comer contigo?”
Justine dio media vuelta y se alejó. Desechó su bandeja, llevando consigo sólo su propio burrito y su leche chocolatada. Salió rápidamente de la cafetería y de la escuela. Estaba furiosa por la situación con las dos chicas. ¿Pero por qué le importaba? No era como si le cayeran bien. No le importaba lo que pensaran de ella en la escuela. No necesitaba sentarse con nadie. Era una chica grande, independiente y fuerte. No necesitaba sentarse con amigos como en el jardín de infantes. Justine bajó su tabla y se subió en ella; rápidamente se deslizó por la acera. El aire fluía por su rostro, su cabello flameaba como una cinta, y su corazón latía a medida que aceleraba. Aquellas chicas no significaban nada. ¿Podían andar en skate? ¿Podían hacer algo distinto a ponerse tanto maquillaje como para lucir como prostitutas? ¿Por qué querría tener algo que ver con ellas?
Después de un rato, Justine bajó la velocidad. Continuó patinando a un paso más lento, mientras comía su burrito. Los grandes burritos eran legendarios en la escuela, y si bien estaban bien envueltos en plástico, eran difíciles de comer. Aunque Justine era cuidadosa, chorreaban, y su camisa casi limpia estaba sucia otra vez. ¿Cómo alguien podía comer esto sin mancharse? Lo que hubiera dado Justine por ver a Darlene y a Macy intentando comer sus burritos, de manera limpia y delicada, tocando los bordes de su boca con sus servilletas. De cualquier modo, la asombraba que consideraran comerse esos burritos con la figura que tenían. Incluso una ensalada las engordaría demasiado. Un pensamiento cruzó por su mente. ¿Y si habían estado hablando simplemente para ver cuál sería su reacción? Quizás no querían los burritos después de todo, simplemente querían saber cuál sería su reacción, si se interpondría y haría el ridículo al comprarles algo que nunca considerarían comer. Justine sintió como su rostro se ruborizaba, y su corazón comenzó a latir fuerte otra vez, pero esta vez se debía a la furia y no al esfuerzo. ¿Habían estado jugando con ella? ¿Simplemente querían ver si pagaría dinero por ellas? ¿Gastarlo? ¿Mostrar interés en ser su amiga para después volver a convertirla en una burla? Justine sentía tanta furia que revoleó la mitad de su burrito en el cesto de basura a medida que pasó con su skate. La sangre le hervía.
Dio una vuelta alrededor del estanque, más allá de los paseadores de perros y de las mujeres que llevaban los carritos de bebés. La miraron irritados, pero nadie le dijo que debía mantenerse fuera del parque. Bajó por una de sus colinas favoritas, e hizo un salto sencillo. Luego, llegó la hora de regresar a la escuela. Justine volvió a su casillero antes de que sonara la campana, para evitar ser notificada por llegar tarde dos veces en el mismo día. Pasó por donde se encontraban Macy y Darlene, quienes susurraban y reían, mirándola al pasar.
En matemáticas, Megan giró cuando Justine se sentó. Le otorgó una sonrisa amable. Megan tenía el cabello corto y unas gafas redondas con marco negro que Justine pensaba que la hacían parecerse a Vilma de Scooby Doo. Lo único que necesitaba era el sweater naranja.
-“Hey, Justine”.
Justine asintió, sin devolverle la sonrisa.
-“Hey”, respondió de manera cortante, y procedió a abrir sus libros.
-“¿Estás bien?”, le preguntó Megan.
-“Bien. ¿Por qué?”
-“No sé, sólo luces como si estuvieras triste o algo. Sólo te estoy preguntando”.
-“Déjame en paz”, gruñó Justine. “Estoy bien”.
Megan volvió a su sitio. Philip se encontraba dado vuelta frente a Megan y le dijo algo. Megan sacudió la cabeza y se acercaron para hablar silenciosamente por un momento, mirando a Justine durante su conversación.
Justine no podía oír lo que decían sobre ella, pero casi al final de la conversación, escuchó un nombre que se clavó como un puñal en su corazón. ‘Christian’. Megan miró nuevamente a Justine y volvió su rostro hacia el frente cuando el profesor comenzó con la clase. Justine bajó su rostro sobre sus brazos cruzados, cerrando los ojos; las dolorosas memorias colándose en su mente. Su corazón le dolía.
Después de la escuela, Justine fue directo a casa por un refrigerio. Se sentía cansada y estresada, y simplemente tenía ganas de echarse frente a la televisión con su comida chatarra. Pero a medida que patinaba por su casa, vio que el automóvil de Emma ya se encontraba estacionado en la acera. Había salido del trabajo más temprano, o había traído el trabajo a casa consigo para continuar allí. Ninguna de las dos opciones era buena para Justine. No tendría tiempo de relajarse con Emma en casa.
Inspirando profundamente y con un suspiro, Justine abrió la puerta de entrada y arremetió en la casa. Emma miró por encima de sus papeles esparcidos sobre la mesa de la cocina.
-“Hola querida”, la saludo alegremente. “¿Cómo estuvo la escuela hoy?”
Justine rodó sus ojos y pasó a través del comedor directamente hacia la cocina.
-“Sólo necesito algo de comer”, dijo.
-“Tengo algo listo para ti. Sé lo hambrienta que llegas de la escuela”.
Justine miró el plato de manzanas cortadas y el vaso de leche sobre la mesada de la cocina.
-“¿En serio?” suspiró. ¿Cuántos años tenía, cinco? Metió su cabeza dentro del refrigerador y observó. Emma obviamente lo había limpiado.
Ya no quedaban los restos de la pizza. Tampoco los macarrones con queso que Justine había cocinado el día anterior. Justine fue hacia los gabinetes, corriendo las cajas de cereales y los diversos productos secos. La purga que Emma había hecho con la cocina no había encontrado una bolsa de patatas fritas que Justine había escondido. Las sacó y abrió la parte superior de la bolsa para sumergirse en ella. No había sodas o leche chocolatada en el refrigerador. Pero Emma no había podido dejar su taza diaria de café, así que eso aún estaba disponible, y Justine se dedicó a preparar la infusión.
Emma entró en la cocina unos minutos después, probablemente al sentir el aroma a café, y miró como Justine comía las patatas fritas y se tomaba su expreso.
-“¡Justine! ¡Estamos tratando de alimentarnos de manera saludable! ¡No puedes comer eso!”
-“Puedo comer lo que quiera”, le contestó Justine, atiborrando otro manojo de patatas fritas dentro de su boca, por si Emma decidía quitárselas.
-“No, no puedes comer lo que quieres. Es malo para tu cuerpo, para tu humor y para tu cerebro. Acordamos que necesitábamos comenzar a alimentarnos de manera saludable, y a eliminar toda esta basura de tu dieta, el Dr. Morton dice…”
-“Nunca acepté nada”, interrumpió Justine. “Tú y el Dr. Morton decidieron todo esto, no yo. Nunca estuve de acuerdo en dejar de comer lo que me gusta y comenzar con las ensaladas y toda esa basura. Y no puedes obligarme”.
-“Un cuerpo saludable, es una mente saludable”, la aleccionó Emma. “Hay estudios que demuestran que con tratamientos nutricionales y biomédicos puedes cambiar la química del cerebro…”
-“No soy una rata de laboratorio”, le espetó Justine. “¡No puedes experimentar con mi cerebro!”
Emma se rió.
-“Sólo queremos que te sientas mejor. Queremos que te sientas segura, que seas feliz…”
-“No me haces sentir feliz metiéndote con mi cerebro. ¡No quiero que cambies nada de él!”
Justine estaba segura de que si Emma pudiera lograr que el Dr. Morton se pusiera de acuerdo con ella, estarían conectando electrodos en su cabeza.
-“No es como si estuviéramos experimentando contigo, o inyectándote químicos nocivos, o incluso probando con más medicación. Simplemente estamos hablando de comer de manera más saludable, de nutrir tu cuerpo. Quizás cuando eras un bebé y estabas enferma, tu cuerpo y tu cerebro no obtuvieron todo lo necesario. Quizás con el trauma, los nutrientes se agotaron al enfermarte, quizás entonces, eso cambió las cosas, de modo que…:”
Poco a poco se fue callando. Justine la miró, mordiendo deliberadamente las patatas fritas. Las digirió con otro trago de café.
-“No puedes obligarme”, repitió.
-“Si sólo compro comida saludable, y eso es lo único que hay en la casa…”
Justine atiborró su boca con un enorme manojo de patatas fritas y las masticó, abultando sus mejillas. Emma respiró con frustración, y lanzó sus manos hacia el aire disgustada. Se dio vuelta y salió de la habitación. Justine asintió para sí misma y tragó la gran bola de patatas.
-“No te metas con mi comida”, le dijo al silencio de la habitación. “No voy a dejar que me mates de hambre”.
Emma la dejó en paz por un rato, y Justine subió a su habitación para mirar su tarea. Pero luego Emma entró, abriendo la puerta de repente sin ni siquiera golpear y entrometiéndose en su santuario. La asustó, y el impulso de adrenalina la enojó de inmediato.
-“¡Sal de aquí!”, le gritó Justine, lastimándose la garganta debido a la violencia de su grito. “¡No puedes entrar aquí como quieres! El Dr. Morton dijo que debías respetar mi privacidad”.
Emma tenía el ceño fruncido. Sus labios estaban presionados formando una fina línea, y Justine se encontró buscando vías de escape. Emma estaba enojada acerca de algo, y si Justine de algún modo se había pasado de la raya…
-“¿Dónde está el dinero que estaba en mi bolso?”, soltó Emma.
Justine forzó una actitud despreocupada y casual, recostándose sobre su cama y encogiéndose de hombros.
-“No lo sé. ¿Dónde está el dinero que estaba en tu bolso?”, le preguntó.
-“Me lo robaste. ¡Revisaste mi bolso y robaste mi dinero!”
-“¿Por qué haría algo así?”
-“¡Porque eres una ladrona desagradecida! ¡No puedo creer que después de todo lo que pasé para ayudarte, para proveerte de lo necesario, para intentar criarte y hacerte sentir segura, que me robes! ¿Por qué Justine?”, inquirió elevando su tono de voz.
Justine hizo una mueca de dolor ante su tono.
-“¿En serio?”, dijo. “¿Vas a acusarme porque extraviaste tu dinero? Linda manera de criarme, Emma”.
-“¡Lo robaste!”
-“Pruébalo”, dijo Justine con calma; sus ojos abiertos e inocentes.
Emma la miró, sus ojos brillantes de furia. Justine se encogió de hombros para evitar mostrar su ansiedad.
-“Sé que lo robaste, y tu también lo sabes. Esto no es un tribunal. No tiene que ver con las pruebas. Es sobre tú violando mi espacio y robando mi dinero”.
-“Bueno, si estás tan segura de que fui yo quien robó tu dinero, ¿qué vas a hacer al respecto?”, la desafió Justine.
Las cejas de Emma se fruncieron ferozmente.
-“Estás castigada, por un lado. Y voy a hablar con el Dr. Morton acerca de esto. Tendrás que hacer tareas para solucionar esto”.
-“Oh, ¿irás a chismorrear con el Dr. Morton?”
-“¡Estoy buscando una manera de ayudarte, Justine!”
-“Hablar con ese curandero no me ayuda. ¿Ha logrado ayudarme durante los últimos diez años?”
Emma la miró por un momento, la furia comenzaba a desaparecer.
-“Creo que te ayudó por un momento”, dijo lentamente, “pero luego…”
La ira de Justine creció ante la insinuación de que estaba enferma y de que podían curarla.
-“Nada está mal conmigo”, la desafió. “Tú eres la que tiene un problema contigo. Crees que puedes ordenarme y que no soy una niña obediente, que debe haber algo mal con mi cerebro. Y el Dr. Morton está feliz de sacarte tu dinero y de seguir diciéndote lo mal que está mi cerebro. Es una estafa Emma. Es sólo un curandero. Todas esas estúpidas terapias; tiempo, juego de rol, trucos de entrenamiento para perros; y piensas que puedes cambiarme, ¡pero no puedes!”
-“Habías comenzado a estar mejor”, indicó Emma. “Tú y yo habíamos empezado a llevarnos mejor, a tener una relación. Y después…”, sacudió la cabeza con los ojos llenos de lágrimas. “¿Qué pasó Justine?”
-“Nada pasó”, dijo firmemente Justine, mirándola directamente a los ojos. Emma abrió la boca. “Nada pasó”, volvió a repetir, su voz era dura, su garganta le dolía de tanto gritar. “Nada”.
Emma sacudió su cabeza. Sus ojos estaban tristes, su rabia sobre el dinero robado había desaparecido. Sólo tenía esa mirada de amor y de lástima que hacía que Justine se sintiera atrapada. Emma atravesó la habitación, y Justine retrocedió, no porque tuviera miedo de que le pegara, sino porque sabía lo que vendría.
-“No me toques”, le advirtió.
Emma se sentó en el borde de la cama y puso su brazo alrededor de Justine. Justine se tensó de inmediato y no le devolvió el gesto.
-“Te amo, Justine”.
-“No, no lo haces”.
-“Soy tu madre. Eres mi bebé. Y no importa cuánto intentes echarme, siempre te amaré”.
El abrazó de Emma se intensificó y se hamacó ligeramente. Justine se retorció ante su gesto.
-“Sólo mantén tus manos para ti misma”, objetó, “o llamaré a Servicios de Protección Infantil”.
-“¿Y les dirás que te di un abrazo?”, cuestionó Emma riendo por lo bajo.
-“Y les diré que me tocaste cando dije que no y me hiciste sentir incómoda. No tienes permitido tocarme así. Conozco mis derechos. No tengo que dejar que nadie me abrace o me toque. Ni siquiera tú”.
La expresión de Emma se oscureció, y Justine supo que había tocado el punto. Pero Emma permaneció calma y firme. El Dr. Morton habría estado orgulloso de ella. Forzó una sonrisa, el amor ya no brillaba en sus ojos.
-“Apenas Servicios de Protección Infantil hable con el Dr. Morton, comprenderán. Nada sucederá”, expresó Emma despreocupada.
Ambas se miraron, esperando que la otra diera el primer paso. Eventualmente, Emma se puso de pie y se dirigió hacia la puerta.
-“Estás castigada”, le recordó a Justine al retirarse; cerrando la puerta tras de ella.
Justine se sentó mirando la puerta cerrada y maldijo a Emma por lo bajo.
P.D. (Pamela) Workman is a USA Today Bestselling author, winner of several awards from Library Services for Youth in Custody and the InD’tale Magazine’s Crowned Heart award, and has published over 100 mystery/suspense/thriller and young adult books.
Workman loves writing about the underdog. She has been praised for her realistic details, deep characterization, and sensitive handling of the serious social issues that appear in her stories, from light cozy mysteries to darker, grittier young adult and mystery/suspense books.
P. D. Workman does not shy from probing the deep psychological scars of childhood trauma, mental illness, and addiction. Also characteristic of this author, these extremely sensitive issues are explored with extensive empathy, described with incredible clarity, and portrayed with profound insight.
—Kim, Goodreads reviewer